Hacer arquitectura

Hacer arquitectura

No conozco una profesión con mayor cantidad de interpretaciones sobre su significado e importancia que la de arquitecto. A lo largo de los años, he escuchado un sinfín de definiciones sobre el oficio al que he dedicado toda mi vida; desde el divertido “pintando casitas”, que aseguraban convencidos mis hijos, hasta el despectivo título de “tirador de rayas” al que todo arquitecto se ha enfrentado al momento de estimar su valor.

Tan antigua como la medicina, la arquitectura se fue convirtiendo en el relator tangible del legado de sociedades y culturas que nos precedieron y lo será también de la época actual. Los que la estudiarán y analizarán en generaciones futuras no se concentrarán en revisar planos o renders sino a apreciar el hecho arquitectónico construido y su impacto en la sociedad y sus valores.

La arquitectura actual se arriesga a perderse en el inmediatismo y la autocomplacencia que hoy se promueve en las redes sociales, y es nuestro deber sacar nuestra profesión del mundo del espectáculo y centrarnos en la misión de diseñar espacios transcendentes, producto del rigor técnico, análisis espacial y el compromiso con la ciudad y el planeta que habitamos.

En nuestra oficina diseñamos una arquitectura sencilla pero argumentada, alejada del narcisismo estético y que se concreta en el logro de espacios que cobijen e interpreten las necesidades humanas.

No valoramos nuestro trabajo por los “likes” que pueda acumular sino por el impacto positivo que genere en el cliente, el usuario final y la ciudad.

A mis colegas arquitectos los invito a alejarse del ornamento arrogante, del exceso de la mera representación gráfica de sus trabajos y centrarse en la arquitectura esencial, compleja desde su análisis, pero honesta y simple en su resultado, y que, como diría Albert Tidy (1) “hacer su aporte desde la discreción del anonimato y la sencillez de lo cotidiano”.

- Alberto Romero

(1) Profesor titular en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile